A lo largo de la historia, culturas diferentes llegaron mediante la observación y la experiencia a conocer y emplear las propiedades bactericidas de los mohos. Se han descubierto precedentes en la Grecia e India antiguas, y en los ejércitos de Ceilán del siglo II. Se solía aplicar alimentos florecidos o tierra del suelo que contuviera hongos a las heridas de guerra. Desde el siglo VIII por lo menos, los médicos árabes curaban infecciones untando las heridas con una pasta blanca que se formaba en los arneses de cuero con que se ensillaban los burros de carga. A lo largo del siglo XVII algunos farmacólogos y herboristas ingleses, como John Parkington, incluyeron el tratamiento con hongos en los registros de farmacia. Fue a finales del siglo XIX cuando se conoció el hecho de que las bacterias podían provocar enfermedades, así que se sucedieron multitud de observaciones, tanto in vivo como in vitro, de que los mohos ejercían una acción bactericida.
Placa de cultivo bacteriológico en la que se ha producido una lisis bacteriana |
El agente de policía Albert Alexander se
convertiría en el primer ser humano tratado con
penicilina purificada en el Hospital John Radcliffe,
el 12 de febrero de 1941.
Como antibiótico, mata bacterias e impide que éstas continúen con su crecimiento, sin embargo, sólo tiene el poder de combatir a aquellos microorganismos patógenos que se encuentran en crecimiento y multiplicación, y no a esos que aún se encuentran en estado latente. Inicialmente, tras la comercialización de la penicilina natural en la década de 1940, la mayoría de las bacterias eran sensibles a ella, incluso el Mycobacterium tuberculosis, pero debido al uso y abuso de esta sustancia muchas bacterias se han vuelto resistentes. A pesar de esto, es indicada, por ejemplo, para tratar la borreliosis transmitida por las garrapatas, el tétanos, e incluso en pacientes embarazadas, a término o no, como medida profiláctica cuando se sospecha en ellas un alto riesgo de infección por el estreptococo del grupo B. También se indica para tratar ciertas formas de neumonía bacteriana, la escarlatina, y las infecciones en oídos, piel y garganta. De igual forma, se usa para prevenir la fiebre reumática recurrente y la corea infecciosa. En forma inyectable, la penicilina V se emplea en ciertas infecciones bacterianas de los huesos, estómago, articulaciones, sangre, válvulas del corazón e incluso en los casos de meningitis.
Las penicilinas se clasifican en dos grupos: naturales y semisintéticas. En cada uno de ellos hay compuestos relativamente resistentes al jugo gástrico y por lo tanto se pueden administrar por vía oral, por ejemplo, la penicilina V, la dicloxacilina y la amoxicilina.
Por lo general, cuando a un paciente se le administra la penicilina no son muchos los riesgos que corre, pero si se presenta algún tipo de complicación, ésta podría resultar ser bastante severa. Entre los peligros más graves están las reacciones anafilácticas, que en otras palabras se trata de una fuerte y peligrosa reacción alérgica a este antibiótico. Si se manifiesta este tipo de alergia a la penicilina, es muy probable que el paciente tenga reacciones similares con todo el conjunto de fármacos de este tipo. Sin embargo, las consecuencias de la reacción alérgica son mucho más tenues si la penicilina ha sido administrada por la vía oral en vez de ser administrada en forma intravenosa.
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